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Gaceta Junio 2014
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Los planos de las instalaciones del IIUNAM
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Dr. Tae Seob Kang, Profesor visitante en el IIUNAM
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HIPERPUMA: sistema avanzado de información al viajero
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Ocho puntos importantes a tomar en cuenta en el manejo de proyectos 5/8
Leonardo Alcántara Nolasco
Cápsulas de TI Ingeniería social
Normas ortográficas, de redacción y editoriales No. 5
Leonardo Alcántara Nolasco 
 
 

 

La decisión de estudiar Ingeniería Civil se la debo, en parte, a un maestro de matemáticas que tuve en el CCH Oriente. Fue él quien me explicó en qué consistía la carrera, y la verdad no me arrepiento.

Cuando terminé la licenciatura pensé buscar un trabajo enfocado en la ingeniería, así que fui a la bolsa de trabajo de la Facultad de Ingeniería de la UNAM. Había varias opciones, entre ellas una del Instituto de Ingeniería.  Necesitaban a alguien para digitalizar registros sísmicos que estaban en película y el correspondiente proceso de los datos. Aunque no conocía a nadie ahí, me decidí a ir; me entrevistó Enrique Mena, le gustó mi perfil profesional, y con la aprobación de Roberto Quaas, quien era el coordinador, me contrataron. Esto me puso muy contento porque además de ser un trabajo de tiempo completo, me daba la posibilidad de estudiar una maestría.

Ingresé el 1º de septiembre de 1984 al área de Sismología e Instrumentación Sísmica y, curiosamente, mi primer día de trabajo fue no laborable, debido a que el presidente daba su informe y no se trabajaba.

Estudié la maestría en Mecánica de Suelos en el posgrado de la Facultad de Ingeniería de la UNAM. Cumplía con mis horas de trabajo y a eso de las 8 de la noche me reunía con varios compañeros en mi cubículo para hacer tareas y estudiar. Frecuentemente salíamos a las 2 o 3 de la mañana, pero afortunadamente uno de ellos tenía carro y vivía por el mismo rumbo que yo, así que me dejaba en la esquina de mi casa, pues le quedaba de camino.

Cuando ingresé al II no había tomado conciencia de la importancia que tienen los estudios en sismología e ingeniería sísmica, pero un año después ocurrió el temblor del 19 de septiembre de 1985, y este acontecimiento tuvo un impacto muy importante en mi vida. Hasta ese día los temblores no me preocupaban, y como mi casa no resultó dañada, jamás imaginé que la ciudad estuviera terriblemente afectada, hasta que escuché la radio y llegué al Instituto. Entonces me di cuenta de que trabajar en el registro de temblores y en la instalación de instrumentos para medir los movimientos sísmicos es fundamental para conocer el fenómeno y sobre todo para la implementación de acciones tendientes a mitigar sus efectos.

A partir de este temblor se incrementó el interés en el monitoreo de la actividad sísmica, porque a pesar de que había muy pocos instrumentos instalados en la ciudad, contar con esos registros fue primordial para conocer los grandes niveles de amplificación del movimiento dadas las características del subsuelo del valle de México. De hecho los registros 85, incluidos los obtenidos en la costa de Guerrero, son muy valiosos y muy apreciados, porque todo mundo los utiliza como referencia. Esos registros se obtuvieron gracias al importante trabajo realizado por el Grupo de Sismología e Instrumentación Sísmica del IIUNAM.

El temblor del 85 fue un parteaguas, ya que a partir de este suceso se tomó conciencia sobre la importancia de instalar equipo para monitoreo sismológico y de estructuras, por lo que el IIUNAM ha expandido la cobertura de su red acelerográfica, el cual es sin lugar a dudas el proyecto de instrumentación sísmica más importante en el país. Es un proyecto integral que permite estudiar el fenómeno sísmico desde su origen hasta la evaluación de sus efectos en suelos y estructuras, y hoy en día con un impacto fundamental en la atención de la emergencia sísmica al ofrecer a los sistemas de protección civil una estimación inmediata de las intensidades producidas por un sismo.

México es un país con un alto potencial sísmico y existe la posibilidad que ocurra un sismo similar al del 85 o incluso de mayor magnitud, por lo que debemos estar preparados. Para ello, hemos trabajado mucho con el gobierno federal y con los gobiernos locales para apoyar estas actividades de monitoreo sísmico; de hecho mis ya casi 30 años de vida profesional, en el IIUNAM, se han desarrollado con este proyecto. Hemos colocado más equipos de medición, principalmente en la zona de subducción mexicana de la costa del Pacífico, que va desde Nayarit hasta Chiapas. Pero no solo debemos monitorear la actividad sísmica en el lugar donde se originan los temblores, también es necesario hacerlo en poblaciones que  pueden resultar afectadas por el paso de las ondas sísmicas. Un ejemplo de esto es la ciudad de México, donde es evidente la repercusión de los sismos.

También mi esposa, Clara Javier, ha trabajado mucho en la operación de redes sismológicas. Es ingeniera geóloga y trabajó con el ingeniero Jesús Figueroa primero como becaria y después como técnica académica. A ella la conocí en el IIUNAM en el 84, pero empezamos a tratarnos hasta 1990; nos hicimos novios y nos casamos. Cuando estaba en el Instituto era la encargada de procesar la información de las redes sismológicas que la CFE tenía en el sureste del país en obras hidroeléctricas, como La Angostura y Chicoasén. Cuando el II dejó de operar estas redes, la CFE se encargó de hacerlo, y fue entonces que la invitaron a trabajar con ellos.

 Con mi esposa comparto el interés por los temblores y también el amor al deporte. De joven jugué futbol amateur, pero me lesioné; estoy operado de las 2 rodillas. Sabía que mi carrera de futbolista había terminado, pero tenía que hacer algún deporte, entonces empecé con programa de rehabilitación para fortalecer las rodillas. Después comencé a correr y me enganché, obviamente contra toda recomendación, pero es algo que me gusta. Correr me enseñó a plantearme metas: es tratar de ser mejor y el rival eres tú mismo. Siempre trato de ganarme, y eso me da mucha satisfacción.

Solo he corrido un maratón, pero he realizado varios medios maratones y carreras de 10 y 5 km. Mi esposa es mejor nadadora que corredora, correr no le gustaba mucho porque la angustiaba, pero al ver que yo lo disfruto tanto, decidió involucrarse también en esto. A mí me pasaba lo contrario: no me gustaba meterme al agua porque me sentía en un medio distinto, pero por acompañarla también nado.

Vamos a competencias en aguas abiertas en mar o en río, sobre todo en mar; es como una alberca gigante. Tenemos 2 hijas: Estefanía está estudiando Pedagogía, y Araceli, que está en la prepa, quiere ser chef. A ellas también las hemos inducido al deporte, e incluso nos han acompañado a la competencia anual del maratón guadalupano, que se lleva a cabo en Acapulco en diciembre. Lo organizan los pescadores y los nadadores del estado de Guerrero y consiste en dos pruebas: una es en sábado y tienes que nadar de la Roqueta hacia la playa de Caleta, son 1000 m aproximadamente; y la otra prueba es al día siguiente, domingo, son 5 km, sales de Caleta y vas nadando pero costeando toda la montaña. Tienes que seguir una ruta, van vigilando que no te salgas de la trayectoria; de alguna manera te van cuidando, aunque siempre está el riesgo. La verdad es muy rico, claro que para poder participar entrenamos y nos preparamos tanto física como mentalmente. Esta competencia tiene 50 años y nosotros hemos participado desde hace 8 años. En nuestra meta futura está hacer el cruce Cancún-Isla Mujeres; son 10 km nadando.

El amor por el deporte me lo inculcó mi mamá, aunque ella no era muy deportista. Fue la primera promotora para que mis hermanos y yo hiciéramos ejercicio. Nos inscribió en un club; a la hora de la comida nos llevaba, se regresaba a trabajar y después iba por nosotros. Esto es algo que hemos apreciado mucho, porque ella se separó de mi papá cuando estaba embarazada de mi hermana y tuvo que hacerse cargo de nosotros solita, aunque siempre contó con el apoyo de mis abuelos.

            Nosotros, por nuestra parte, sabíamos que teníamos que ayudar en la casa, por eso yo siempre trabajé. Cuando era niño lavaba carros y cuando estaba en secundaria aprendí a encuadernar libros, y cobraba por ello. Cuando salí de la secundaria había un periodo de 7 u 8 meses para entrar a la UNAM, así que me metí a trabajar con la mamá de un amigo que tenía un taller de máquinas de tejer. Estuve con ella como 6 meses, aprendí a hacer trajes para niños de 2, 4 y 6 años y suéteres para adultos. Después ahorré y con ayuda de mi mamá compré una máquina de tejer. Tenía a una señora que cosía las prendas que yo hacía, después las empaquetaba y las llevaba con un amigo que también vendía su mercancía en el centro. Él tenía los contactos y a los dos nos compraban lo que hacíamos.

Cuando entré a la Facultad de Ingeniería una tía me ayudó para que trabajara en la Secretaría de Hacienda, y ahí estuve hasta que terminé la carrera y busqué chamba en el campo de las ingenierías.

Estoy orgulloso de que mis hermanos y yo salimos adelante. Mi hermano mayor, Manuel, es licenciado en Administración Industrial del IPN, y mi hermana, María de Jesús, estudió Pedagogía y aprendió en la secundaria a preparar comidas, entre estas un pastel de atún que aún hoy en día me lo prepara, y es mi platillo preferido. Por mi parte, recientemente me gradué de doctor en Ingeniería.

No obstante las vicisitudes de la vida, me considero una persona afortunada, debido a que tengo por esposa a una gran mujer, entre cuyas mejores cualidades se destaca ser capaz de analizar situaciones difíciles con tranquilidad; siempre prefiere el diálogo a la discusión y me ha impulsado a tomar muchas de las decisiones más importantes de mi vida. Además están mis hijas, que son parte fundamental del motor de nuestra vida.

 Por otro lado, mi madre se dedicó a nosotros, nunca se volvió a casar, y hasta en sus últimos momentos nos inculcó valores importantes, como luchar por alcanzar tus metas, no vencerte, tener siempre un incentivo en la vida y ver siempre hacia adelante.