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Gaceta Febrero 2013
Ciudad sustentable hacia la recuperación del espacio público
Jean Vaunat, Profesor visitante
Tratamiento de aguas residuales urbanas
Herramientas para el estudio de la migración de los ríos
La importancia del manejo adecuado de las inundaciones
Adrián Pedrozo Acuña
La efectividad es un hábito...
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Tesis
Producción del personal académico del II incluida en el índice de la Web of Science
La efectividad es un hábito... 
 
La efectividad es un hábito 

Tuve la oportunidad de participar hace 8 años en un taller acerca de la efectividad y el liderazgo, como resultado del libro que escribió Stephen Covey y que leí con especial atención dos años antes: Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva. Aprovecho este espacio para compartir algunas notas con la comunidad del II.

El número 7 puede ser mágico… algunos siete en la leyenda son los colores del arcoíris, las  notas musicales, los sacramentos, los mares, las plagas postreras que anuncian el Apocalipsis, los días de la creación, las maravillas del mundo antiguo y las edades según Shakespeare.

Los primeros tres hábitos del texto se enfocan a lograr la independencia del ser humano, aspectos como la autodeterminación, la empatía, el manejo del tiempo y el liderazgo son temas que favorecen y refuerzan la efectividad (en cualquier ámbito). Los siguientes tres hábitos se enfocan a lograr una buena interdependencia a través de la comunicación, la cooperación y el trabajo en equipo; y el último hábito es el verdaderamente mágico, pues es la conjunción de los seis anteriores y que nos invita a la renovación.

El primer hábito nos hace recapacitar en el cuidado de ser proactivos para echar a andar todo lo que queremos en nuestras vidas (aspiraciones), porque nada por sí solo nos va a llegar, si antes no nos preparamos física y emocionalmente para obtenerlo.

Mientras no tengamos en cuenta cómo nos vemos a nosotros mismos, no seremos capaces de comprender cómo nos ven los otros y qué sienten acerca de sí mismos y de su mundo. Sin conciencia, proyectaremos nuestras propias inercias de conducta, y al mismo tiempo no nos consideraremos objetivos.

Esto limita significativamente nuestro potencial personal y también nuestra capacidad para relacionarnos con los demás, ya que creemos tener la razón invariablemente y es muy difícil cambiar de perspectiva al no pensar en las expectativas de lo demás y de los aspectos que no apreciamos en otros enfoques, generando dificultad en la solución de la mayoría de los problemas al no dejarnos influir por los demás para llegar a un fin común.

El reflejo de los actuales prototipos sociales nos dice que estamos en gran medida determinados por el condicionamiento y por ciertas condiciones. El determinismo psicológico dice básicamente que la culpa es de los padres. El determinismo ambiental dice que la culpa es del patrón o el jefe (o de su esposa, su hijo adolescente, su situación económica, la política económica, etc.).

Alguien o algo de su ambiente es responsable de la situación; sin embargo, la formación de un individuo recae en la educación que viene desde su infancia y es recibida por los padres, pero no se le puede atribuir la culpa al mundo o al medio en el que vivimos, porque un ladrón lo que dice siempre es “robo por necesidad”; pero visto así todos tenemos necesidad, ya que buscamos día con día lidiar por nuestras convicciones. Debido a que nos comprometemos y mantenemos nuestros compromisos empezamos a establecer una integridad que nos proporciona la conciencia del autocontrol, el coraje y la fuerza para aceptar más responsabilidad por nuestras propias vidas. Al hacer y mantener promesas (a nosotros mismos y a otros) poco a poco nuestro honor pasa a ser más importante que nuestros estados de ánimo, y con esto crecemos como personas, y el medio en el que nos desarrollamos lo influimos tanto con un sentido de positivismo como de una manera muy particular, y lo impulsamos a ir en la misma dirección que nuestros objetivos, con lo que mejoramos el ambiente y las relaciones con los demás.

El segundo hábito es fundamental porque, para llevar a cabo cualquier aspecto que deseamos, primero debemos ubicarlo en la mente y tener claro lo que uno persigue, luego saber cómo se va a obtener y qué beneficios o resultados saldrán de eso. Todo individuo, sin importar su raza, credo, condición social, ideología, etc., debe  identificar un punto muy claro del que pueda obtenerse sistemáticamente un alto grado de seguridad, guía, conocimiento y poder, que hagan posible la productividad y brinden congruencia y armonía en todos los aspectos de su vida.

Al centrar nuestra vida en principios correctos se perfilará una base sólida para el desarrollo de los cuatro factores sustentadores de la vida (cuerpo, mente, espíritu y valores).  Su validez no depende de la conducta de otros, ni del ambiente ni de la hora del día; todos somos capaces de pensar por nosotros mismos y nadie tiene el poder para decidir por nosotros, ya que todos somos seres pensantes.

Los principios son verdades profundas, fundamentales, verdades clásicas, denominadores comunes. Son hilos estrechamente entretejidos que atraviesan con exactitud consistencia, belleza y fuerza en la trama de la vida, que con base en estos principios las situaciones que se nos presenten las manejamos de una manera muy diferente si tenemos principios y valores firmes.

Es muy importante tener en cuenta que uno de los principales problemas que aparecen cuando las personas trabajan para ser más efectivas consiste en que estas no piensan con la suficiente amplitud. Pierden el sentido de la proporción, el equilibrio y la ecología natural necesaria para vivir con efectividad; en ocasiones, uno mismo no se siente capaz de alcanzar las cosas que se propone conseguir, aunque la mayoría de las veces pueden conseguirse, en cuanto al éxito personal, el reconocimiento, la acumulación de bienes y otros. En lugar de eso nos reprimimos y nos marginamos a nosotros mismos, y no dejamos de pensar que para un individuo como nosotros sería muy difícil conseguirlo en vez de luchar verdaderamente por las cosas que queremos de acuerdo a nuestras convicciones.

Del tercer hábito, después de conocer la importancia de los dos primeros y haberlos adquirido e integrado en nuestro actuar, nos damos cuenta de que es la segunda creación, la creación física, es la realización, la actualización, la aparición natural del primer y el segundo hábitos, es el ejercicio de voluntad independiente que pasa a estar centrado en principios.  Es la puesta en práctica incesante momento a momento.

Al analizar el tercer hábito nos damos cuenta de que la integridad es el valor que nos permite determinarnos a nosotros mismos; es la capacidad para comprometernos a mantener los compromisos con nosotros mismos, de “hacer lo que decimos”. Es respetarse a uno mismo en una parte fundamental de la ética del carácter, la esencia del desarrollo proactivo, porque a medida que no cumplimos con nuestros objetivos estamos formando un sentido de mediocridad que no nos lleva  a ningún lugar.

Conviene tener siempre presente que invariablemente le estamos diciendo “no” a algo. Si no se lo decimos a lo aparente y urgente, probablemente se lo digamos a los aspectos más fundamentales y altamente importantes. Incluso cuando lo urgente es bueno; lo bueno, si lo permitimos, puede estar apartándonos de lo que para nosotros es lo mejor, de nuestra contribución singular. Muchas veces actuamos de manera impulsiva sin pensar las cosas, y simplemente hacemos las cosas por hacerlas sin pensar en las consecuencias que una mala decisión nos puede generar un sentido de irresponsabilidad.

 

En muchos casos solo cuando nuestra autoconciencia nos permite examinar nuestro programa, y tenemos imaginación y conciencia para crear un programa nuevo y singular centrado en principios a los que se le puede decir “sí”, solo entonces tendremos una fuerza de voluntad independiente que nos permita decirle “no”, con una expresión auténtica, a lo que carece de importancia.

El cuarto hábito busca la equidad, ya que uno normalmente se sitúa en una posición en la que quiere obtener algún beneficio, sin meditar que podemos perjudicar a alguien y entonces ganar/ganar es el equilibrio que todos deseamos para tener armonía en el trabajo y en todas las acciones que llevamos a cabo.

Este hábito es relevante, pues nos define y nos hace pensar en la clase de personas que somos; es un magnífico hábito ganar-ganar, pues es la estructura de la mente y el corazón que constantemente procura el beneficio mutuo en toda la interacción humana. Ganar-ganar significa que los acuerdos o las soluciones son mutuamente benéficos, mutuamente satisfactorios, con una solución de ganar-ganar todas las partes se sienten bien por la decisión que se tome, y se comprometen con el plan de acción. La mentalidad ganar-ganar ve la vida como un escenario comparativo no competitivo.

Ese sentimiento de ganar-ganar se basa en el paradigma de que hay mucho para todos y de que el éxito de una persona no se logra a expensas ni al excluir el éxito de otros.  No se trata de tu éxito o el mío, sino de un éxito mejor, de un camino superior.

Debemos entender de una manera fácil que la filosofía de ganar hace recaer en el individuo la responsabilidad de obtener resultados específicos en el marco de directrices claras y de recursos disponibles. Hay que tener en cuenta que la filosofía ganar-ganar no es una técnica de personalidad sino un paradigma de la interacción total; proviene de un carácter íntegro y maduro, y de la mentalidad de abundancia; surge de relaciones en las que existe una alta confianza; e materializa en acuerdos que clarifican y administran efectivamente tanto las expectativas como el éxito.

El quinto hábito es asombroso, ya que la verdad sea dicha comienza cuando intentamos  comprender antes de ser comprendidos, pues resulta imposible querer que nos comprendan si antes no tenemos una visión clara de lo que es comprender y cómo lo manifestamos con las demás personas para alcanzar un equilibrio en las relaciones interpersonales, y por ende actuar de manera correcta.

Este hábito es poderoso porque está exactamente en el centro del círculo de influencia. Muchos factores de las situaciones interdependientes están en el círculo de influencias de preocupación: problemas, desacuerdos, circunstancias, la conducta de otras personas. Y si concentramos nuestra energía allá afuera, entonces la agotaremos, obteniendo pocos resultados positivos, ya que cuanto más profundamente comprendemos a otras personas más las apreciamos y más respeto tenemos por ellas. Tocar el alma de otro ser humano es caminar por tierra fértil, nos ayuda a fomentar las relaciones y mostrar el interés hacia querer comprender verdaderamente, y lo podemos aplicar en muchas aspectos; si en verdad nos decidimos a hacerlo, podrá crecer de tal forma que los problemas los solucionaremos de la mejor forma posible y, por supuesto, de la forma más sencilla.

El sexto hábito nos explica de una forma muy interesante que cuando uno se comunica con sinergia, simplemente abre su mente, su corazón y sus expresiones a nuevas posibilidades, alternativas y opciones. Nos enseña igualmente que al comprometerse en la comunicación sinérgica uno no está seguro de cómo saldrán las cosas o cuál será el resultado, pero interiormente experimentamos una sensación de entusiasmo, seguridad y aventura, confiamos en que todo será mejor después del proceso. Y ese es el objetivo en el que pensamos. La relación entre las partes es también el poder que permite crear una cultura sinérgica en una familia o en una organización. Cuanto más auténtico sea el compromiso, más sincera y sostenida será la participación en el análisis y la resolución de los problemas, y mayor será la liberación de la creatividad de todos y el compromiso con lo que se cree.

El autor, desde mi punto de vista, a lo largo de su vida ha conocido demasiado, y nos dice con bases que la sinergia da resultados; es un principio correcto. Es la efectividad en una realidad interdependiente, es formación del equipo, trabajo de equipo, desarrollo de la unidad y la creatividad con otros seres humanos. Lo que Covey en verdad nos quiere dar a entender en este hábito es que nuestra propia sinergia interna está por completo dentro de ese círculo. Podemos respetar los dos aspectos de nuestra propia naturaleza: el lado analítico y el lado creativo. Podemos valorar las diferencias entre ellos y utilizar esas diferencias para catalizar esa creatividad, pero siempre y cuando haya un equilibrio en los dos lados.

El séptimo hábito es la fusión de todos los hábitos anteriores, donde todos actúan como uno solo buscando la paz interior en cada individuo y el equilibrio de nuestros pensamientos. Por último, el autor nos narra que el proceso de la autorrenovación debe incluir la renovación equilibrada en las cuatro dimensiones de nuestra naturaleza: la física, la espiritual, la mental y la social-emocional. Nos ayuda a comprender de cierta forma que la renovación equilibrada es sinérgica en grado óptimo. Lo que uno hace para afilar la sierra en cualquiera de las dimensiones tiene un efecto positivo en las otras, porque todas están altamente interrelacionadas. La salud física afecta a la salud mental, la fuerza espiritual afecta a la fuerza social-emocional. Al progresar en una dimensión acrecentamos nuestras actitudes en las otras. Nos muestra con una forma muy particular y con ejemplos prácticos que no podemos jugar con nuestro instinto sin volvernos animales, ni jugar con la falsedad sin perder el derecho a la verdad, ni jugar con la crueldad sin perder la sensibilidad del espíritu.

«Lo que hacemos persistentemente se vuelve más fácil; no es que la naturaleza de la tarea cambie, sino que aumenta nuestra capacidad para realizarla». Entonces, si estamos de acuerdo con Covey, la efectividad puede convertirse en un hábito. Los expertos dicen que la cultura es la suma de los hábitos.