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Las primeras iniciativas
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Las primeras iniciativas 
 
 

Debido a la política y economía bélicas de la Segunda Guerra Mundial, la idea de que la investigación científica era una costosa extravagancia empezó a cambiar al percatarse de que esa disciplina podía constituirse en una seguridad para el país que la desarrollara. Por otra parte, el auge de los primeros años de guerra, basado en la exportación, hizo que el incremento de divisas permitiera pensar en contra con el equipo que se necesitaba en los laboratorios, tanto de investigación, como de educación tecnológicas; sólo que las fuentes abastecedoras europeas y norteamericanas, ensimismadas en sus problemas de producción, no pudieron satisfacer las demandas nacionales y, por ende, el primer intento de una investigación de altura tendía al fracaso.

En ese panorama de una investigación en ingeniería, cada vez menos favorecida, surgió un grupo de ingenieros que sabía que cualquier progreso debía estar cimentado en el proceso científico, pues únicamente así se elevarían el nivel de vida, la cultura y la economía, ya que ningún esfuerzo aislado era efectivo puesto que lo único que se lograba era una infraestructura perecedera. Esta inquietud se manifestó en los becarios que estudiaban en Estados Unidos, entre los que destacaba Nabor Carrillo.

Por cuestiones de la guerra y por haber concluido sus estudios, los egresados mexicanos de centros tan prestigiados como la Universidad de Harvard, el Instituto Tecnológico de Massachusetts, la Universidad de Illinois y la Universidad de Princeton, entre otros, al regresar al país empezaron a generar la idea de crear una institución que estuviera a la altura de las norteamericanas en dónde aplicar sus conocimientos.

Algunos de esos ingenieros no olvidaban las pláticas de maestros como Arthur Casagrande, quien les decía que una oportunidad para enfrentarse a la realidad era el subsuelo de las Ciudad de México. Así, Raúl J. Marsal aceptó el consejo y vino al país, recomendado por Casagrande, a estudiar y a experimentar en las arcillas de la ciudad capital mediante el método de Terzaghi –quien también había sido su maestro– y realizar su tesis de doctorado sobre el mecanismo del hundimiento del subsuelo urbano.

Al desarrollar (los incipientes e inquietos investigadores) diversas actividades que daban respuestas a problemas de difícil solución, se fortalecía el propósito de que a nivel nacional la Universidad consideraba la urgencia y necesidad de establecer un órgano dedicado a la investigación de la ingeniería. Dicho esfuerzo se cristalizó en 1944, cuando era rector el doctor Alfonso Caso, al aprobarse por el Consejo Universitario la creación de un instituto de ingeniería destinado a la investigación, con la condición de que el presupuesto universitario permitiera tal gasto.

Esto último, así como encauzar gran parte del erario a obras de gran magnitud, destinar muy poco del presupuesto a la educación, y que México estuviera en guerra y su población se convirtiera cada vez más en una sociedad urbana que vivía de una escasa industrialización, hicieron fallar las predicciones, ya que la formación de un cuerpo universitario de investigación demoraría casi una década.

Mientras tanto, la UNAM se seguía modernizando. En 1945 se crearon el Instituto de Geofísica, el Consejo Técnico de la Investigación Científica (CTIC) y la Coordinación de Investigación Científica (CIC); además, la actualización profesional extramuros en algunos casos se llevó a cabo en los laboratorios experimentales de la Secretaría de Recursos Hidráulicos (SRH) y en instituciones de carácter privado como Ingenieros Civiles asociados (ICA).

A nivel nacional, la investigación se centraba prácticamente en la Comisión Nacional de Irrigación, antecesora de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos. Ahí se crearon el Servicio Hidrológico, el Departamento de Geología Aplicada y los laboratorios de Ingeniería Experimental que propiciaron una actitud crítica de conceptos clásicos en la ingeniería mexicana.

En ese lugar se utilizaron, por vez primera en México, modelos hidráulicos y análisis experimentales de esfuerzos para diseñar vertedores y estructuras derivadoras, así como modelos analógicos destinados al análisis del flujo de agua en formaciones térreas. Fue también la institución nacional donde se instaló el primer laboratorio de Mecánica de Suelos.

Con base en ensayes de modelos hidráulicos y elásticos y con apoyo en la experimentación fotoelástica dio principio la búsqueda de soluciones no convencionales. El Instituto de Ingeniería fue más tarde el heredero directo de esa modalidad.

En estos laboratorios, Raúl J. Marsal, como investigador de la Comisión Impulsora y Coordinadora de la Investigación Científica (CICIC), empezó a utilizar para la infraestructura agrícola y eléctrica una innovación en la ingeniería civil: la Mecánica de Suelos, en el diseño de presas mediante enrocamientos y materiales arcillosos.

El departamento de Ingeniería Ambiental de la comisión fue más tarde la Subdirección de investigación y Desarrollo Experimental (SIDE), en Tecamachalco.

La implementación de una ingeniería avanzada siguió siendo la meta de la Comisión Impulsora y Coordinadora de la Investigación Científica, creada en 1942 por decreto presidencial, y que en 1935 se convirtió en el Instituto Nacional de Investigación Científica (INIC) y, actualmente, en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Otras impulsoras fueron la compañía constructora Ingenieros Civiles Asociados (ICA) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE).

Buen número de los profesionales, que después configurarían el Instituto de Ingeniería, colaboraban en los laboratorios del departamento de Ingeniería Experimental e impartían cursos en la Escuela Nacional de Ingeniería, los que despertaron en sus alumnos el interés por la investigación.

Puede decirse que en ese marco de implicaciones tecnológicas y de profundización en la investigación empezaron a resolverse las demandas de una sociedad cambiante. Así lo demuestran los trabajos de Raúl J. Marsal, Fernando Hiriart, Raúl Sandoval, José A. Cuevas, Nabor Carrillo, Leonardo Zeevaert, Leopoldo Nieto Casa, Nicolás Aguilera, Roberto Mercado, Marcos Mazari y Guillermo Hiriart, entre otros. Sin embargo, aún hacía falta un cuerpo que desarrollara una ingeniería cada vez más competitiva, idea que fue expuesta por el doctor Carlos Graef Fernández cuando tomó la palabra en el acto de protesta del doctor Nabor Carrillo como rector el 14 de febrero de 1953 al señalar que:

Por último, conviene considerar la unificación de todos los centros de investigación científica que están dispersos en diversas instituciones y secretarías de Estado, pues si consiguiésemos reunirlas en un solo gran centro, se evitaría lo que ahora acontece, que varios grupos de técnicos sin conexión entre sí trabajan por su lado en un mismo tipo de investigación.

La unificación no sólo redundaría en un mejor aprovechamiento del trabajo y de la división de éste, sino que ahorraría muchos millones de pesos.

En una mente dinámica como la del doctor Nabor Carrillo el planteamiento del doctor Carlos Graef, le sirvió de fundamento al presentar meses después al H. Consejo Universitario una propuesta de reforma a la Ley Orgánica de la Universidad Nacional Autonomía de México. Respecto al artículo 9, el rector señaló que debido a que ese artículo únicamente contenía correcciones de poca trascendencia, y que tan sólo se habla de instituciones y no de institutos, sugería la redacción de un artículo transitorio para establecer, de acuerdo con las posibilidades económicas de la UNAM, un instituto de ingeniería experimental, entre otros cuerpos de investigación.

Aunque la sugerencia se aceptó, no pudo realizarse de inmediato básicamente por razones económicas. Esto no impidió que el ingeniero Bernardo Quintana, catedráticos, investigadores, profesionales de diversas disciplinas y aun industriales continuaran en su empeño de crear un instituto de ingeniería.

Cabe señalar que en 1954 se estableció informalmente una entidad de investigación que se denominó Instituto de Ciencia Aplicada, con la finalidad de incursionar en aspectos teóricos de la contaminación, radiación solar e hidrología en los que trabajaron varios investigadores universitarios. En ese mismo año, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) envió una misión de tres expertos a México y fue adscrita al Instituto, la cual contó con el apoyo del entonces rector Nabor Carrillo, el presidente del Instituto Nacional de Investigación Científica, doctor Guillermo Haro y el coordinador de la Investigación Científica, doctor Alberto Barajas. Pero como nunca se creó formalmente por el Consejo Universitario, en 1960 todo el personal pasó a formar parte del Instituto de Geografía de la UNAM.

Esa labor conjunta para romper el impedimento monetario propició que la Universidad definiera un proyecto a principios de 1955 en el que la ICA absorbería la casi total erogación de equipo y de instalaciones, en tanto que la UNAM cedía el espacio físico. Con ello se consolidó la campaña que en ese momento desarrollaba la Casa de Estudios para canalizar la cooperación de la iniciativa privada con el fin de llevar a cabo proyectos específicos de interés nacional.