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Cápsulas de TI
La Pildorita 63 
 
 
LA LENGUA HOY

La lengua española goza de buena salud. Está en constante cambio, como todo lo que tiene vida, y no sólo se ha alejado de la del Poema del Cid en la medida en que cada lector puede comprobar por sí mismo, sino que sus "realizaciones" actuales en cuanto a pronunciación, gramática y vocabulario, a lo largo y lo ancho del mundo hispanohablante, tienden a una diferenciación cada vez más rica. Pero conserva al mismo tiempo su unidad básica, como lo puede comprobar quien lee lo que se escribe en cualquier país hispanohablante (periódicos, por ejemplo), o quien platica con cualquier morador de esos países. Podrá haber necesidades de traducción entre la Guadalajara de México y la Guadalajara de España, o entre Santiago de Chile (donde guagua es 'niño pequeño') y Santiago de Cuba (donde guagua es 'autobús'), pero serán necesidades episódicas, que ni duran mucho ni son frecuentes. Basta un poco de cordialidad entre los interlocutores para que las diferencias de habla entre países (o entre regiones de un país, o entre estratos socioculturales de una ciudad) sean más estímulo que estorbo para el diálogo. Pueden estallar entonces las chispas del humor. Así surgen los cuentos, como el del turista español que ve el letrero "Tacos y Tortas" en los restaurantes populares de México y deduce que ahí se reparten palabrotas y bofetadas, o del refugiado que acaba de desembarcar en Veracruz y está en el malecón, con sus cosas, y alguien le grita: "Aguzado, joven, que no le vuelen el veliz" (o sea: 'Cuidado, que no le roben la maleta'), y él piensa: "Dios mío, yo pensaba que en México se hablaba español; lo único que he entendido es joven". (Los primeros contactos suelen tener sus sorpresas. También se refiere a primer contacto el cuento del que oye el verso de Rubén Darío. "Que púberes canéforas te ofrenden el acanto", y dice: "Lo único que he entendido es Que".) El chiste de muchos cuentos consiste en el hallazgo de las palabras tabú (obscenidades por otro nombre), cuya variedad de país a país es asombrosa: chingar no es en Buenos Aires lo mismo que en México; en la Habana no hay que decir papaya; en Chile no hay que decir concha ni pico; etcétera. Aquí entran también las jergas superespecializadas y artificiosas, como el lunfardo porteño, en el cual está hecha esta copla: 

El bacán le acanaló

el escracho a la minushia;

después espirajushi

por temor a la canushia 

Por otra parte, el ideal académico de uniformidad ha perdido adeptos hasta entre algunos académicos, y así, por ejemplo, cada vez son menos los españoles que se espantan de que su acera sea banqueta en México y vereda en la Argentina, o de que su jerséy (anglicismo) sea en Hispanoamérica suéter, o chompa, o pulóver(anglicismo también). La unidad de una lengua, lo mismo la del latín en el imperio romano que la del inglés o el árabe actuales en toda su extensión geográfica, nunca ha supuesto una uniformidad absoluta de realizaciones. Sería bueno escribir un manual de cultura lingüística para impedir la formación de complejos de superioridad ("Decimos taxi y estacionamiento, y esos brutos españoles dicen tasi y aparcamiento") y de inferioridad ("Decimos vos cantás, vos tenés, en lugar de tú cantas, tú tienes: ¡oh dolor, oh craso barbarismo!"), que estorban muchísimo para entender en qué consiste la unidad de la lengua. Esos complejos, que se complementan entre sí, no solo están al margen de la realidad lingüística pues es un hecho, por ejemplo, que la 'orilla de la calle, destinada para la gente que va a pie' se llama de distintas maneras en distintos lugares de habla española sino que enturbian la visión y pueden llegar a oscurecerla del todo.

El manual de cultura lingüística serviría para hacer comprender cómo todas las realizaciones del español son legítimas. No hay aquí buenos y malos. Lo que hay es una multiplicidad de "realizadores" de eso impreciso, de eso abstracto, de eso irreal, que es la entidad única llamada "el español".

Nuestra lengua es la suma de nuestras maneras de hablarla.