GÉNERO DE LOS SUSTANTIVOS
Por el género, los nombres sustantivos se dividen en español en femeninos y masculinos. La categoría nominal del neutro, no existe en la lengua española. Decimos que un nombre es femenino o masculino cuando las formas respectivamente femeninas o masculinas del articulo y de algunos pronombres, caracterizadas las primeras por el morfema del género -a, y las segundas por el morfema de género -o, -e o por ningún morfema, se agrupan directamente con el sustantivo en construcción atributiva o aluden a él fuera de esta construcción. Con arreglo a esta definición son femeninos la mujer, la vestal, la perdiz, aquella flor y son masculinos el hombre, el adalid, el ratón, algún mal.
En contraste con los pronombres y artículos, los sustantivos apelativos de persona carecen de una forma fija que esté en correlación con la diferencia de sexo. Poseen muy variadas terminaciones, especialmente los masculinos de varón: monje, canciller, alférez, abad, bufón, adalid. Algunas terminaciones aparecen exclusivamente en nombres femeninos de mujer como -triz: institutriz, actriz, meretriz, o en masculinos de varón como -dor, -tor, -sor: arrendador, coadjutor, asesor.
Las etiquetas usadas para designar a los dos géneros, masculino y femenino, pueden sugerir que el significado de este accidente gramatical se corresponde con las diferencias sexuales de los entes de la realidad a que se refieren los sustantivos. Ello es cierto algunas veces, según se aprecia en las parejas padre/madre, gato/gata, rey/reina, león/leona, etc. Pero no siempre el sexo determina diferencias de género. Así entre los llamados sustantivos epicenos, de una parte la hormiga, la liebre, la pulga, son femeninos, y de otra, el mosquito, el vencejo, el ruiseñor son masculinos, aunque entre esas especies haya machos y hembras; o la criatura, la persona, la víctima son femeninos, aunque pueden designar seres de ambos sexos, y hasta el caracol es masculino aunque muchos gasterópodos sean hermafroditas.
Mayoritariamente, la distinción entre masculino y femenino se reconoce en el significante por la oposición fonética de /o/ final y /a/ final (como en gato/gata, jarro/jarra, muro/casa) o de la ausencia y la presencia de /a/ final (como en león/leona, autor/autora). Sin embargo, no puede afirmarse que esas expresiones vocálicas estén forzosamente asociadas con un género determinado. Así, a pesar de la /o/ final, en mano, radio, dinamo, moto, foto, nao, hay género femenino, y, pese a la /a/ final, en día, clima, mapa, fantasma, poeta, fonema, programa, existe masculino.
La diferencia de sexo, sin embargo, en los sustantivos referentes a personas, ha inducido, e induce, a crear formas distintas de masculino y femenino: de huésped, patrón, oficial, jefe, monje, sirviente, ministro, asistente, juez, etc, se han derivado los femeninos huéspeda, patrona, oficiala, jefa, monja, sirvienta, ministra, asistenta, jueza, etc. Es más raro que de un femenino se haya desgajado un masculino: de viuda, viudo; de modista, modisto.
Otras veces, el femenino se manifiesta incrementando o modificando la secuencia fónica del significante asociado con masculino. Así, en rey/reina, príncipe/princesa, abad/abadesa, poeta/poetisa, actor/actriz, emperador/emperatriz; o mediante cambios más radicales, en padre/madre, yerno/nuera, caballo/yegua, toro/vaca, carnero/oveja.
Con mucha frecuencia la discriminación entre los géneros solo se produce gracias a las variaciones propias del artículo. Así sucede en los sustantivos llamados "comunes": el artista/la artista, el suicida/la suicida, el testigo/la testigo, el mártir/la mártir.
El mismo recurso al artículo permite reconocer el género de la gran mayoría de los sustantivos cuyo significante no acaba ni en /o/ ni en /a/: el árbol, la cárcel, el oasis, la crisis, el coche, la noche, el bien, la sien, el espíritu, la tribu, el tazón, la sazón, el cariz, la nariz, el mal, etc.