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Cápsulas de TI
La Pildorita 57 
 
 
LA PALABRA PARA SIEMPRE

Al acercarse la vuelta del milenio enfrentamos un fenómeno de trasformación cultural de vastas proporciones, quizá solo comparable al que se produjo con la invención de la imprenta en 1445.

 Ahora, más de cinco siglos después, la revolución gira alrededor de la imagen y no de la palabra. Esta sustitución, este desplazamiento de eje, tiene consecuencias formidables. Tiene que ver con las artes. Tiene que ver con la literatura, con la palabra impresa. Y con la percepción del mundo.

La letra impresa ha sido hasta hoy la sustancia de la escritura y la posmodernidad significa un conflicto con la letra impresa, en primer lugar. La industria electrónica multimedia de comunicación tiende a desarrollarse de manera cada vez más acelerada, y crear un universo paralelo, donde el texto tendrá cada vez un papel menos preponderante. La cibernética asume ya en las pantallas de los monitores, lo que fueron los oficios tradicionales de letra impresa: trasmisión de conocimientos, información y recreación.

La piedra, la corteza, el cuero, el papel han sido a través de las eras, desde la invención de la escritura, objetos palpables donde las palabras han existido, grabadas, dibujadas o impresas para pasar a ser parte del mundo material.

La palabra para tener poder, dependió siempre de los instrumentos mecánicos de reproducción. A través de todos los siglos, hasta la aparición del cine, la imagen nunca tuvo ese poder independiente, ni siquiera con la invención de la fotografía.

La palabra impresa nunca tuvo el poder que ahora tiene la palabra electrónica. Y ese poder está siendo trasferido a la imagen, al ícono.

Imágenes y sonido que acuden a un pequeño toque, casi un signo, y así también nos abandonan: como ocurre ahora con la palabra. La palabra impresa ha tenido hasta ahora sus asideros en el hecho de existir como parte del mundo material, en ser un producto tangible. Su trasformación en palabra electrónica le ha quitado esos asideros: existe mientras se ve. Es una ilusión efímera. No puede tocarse solo verse. Ya perdió su primer atributo, que es el de ser palpable. Al apagarse la computadora abandona su sustancia o su apariencia de sustancia y regresa al número. Regresa a la oscuridad, a la nada. Por primera vez la palabra asume un riesgo metafísico que es el de no existir, y reaparecer bajo riesgo, solo como efecto de una manipulación. En esta fragilidad, en esta precariedad, se refleja su pérdida de poder. En esta debilidad se incuba su creciente sustitución por la imagen. 

¿Es un asunto solo metafísico, el hecho de que la palabra, aun antes de pasar a ser solo oral, deje desde ahora de ser material? La computadora pregunta si hemos terminado. Sí, hemos terminado. ¿Quiere salir del sistema? Si, queremos salir. Buenas noches, entonces. Se apaga la computadora, todo vuelve a la nada. Y un anochecer de cualquier día en el siglo venidero, en cualquier ciudad, al apagarse en todas las oficinas, escuelas, universidades, academias, bibliotecas, archivos, las computadoras, porque ha llegado la hora del reposo diario, y las de uso doméstico porque ha terminado la jornada en cada casa, la palabra habrá cesado por completo. Sabremos lo que recordamos, lo que memorizamos, hasta el día siguiente, cuando los sistemas vuelvan a activarse.

Quizás muy pronto si no es que está ya sucediendo tendremos un cd-rom para leer de manera interactiva Tom Sawyer o Don Quijote, como ocurre ya con los diccionarios y las enciclopedias. Pero en mi opinión, la realidad virtual no será nunca la literatura. 

Ninguna imagen construida fuera de la palabra puede ser un sustituto eficaz, porque la imagen única impide el acto de imaginar que solo la palabra concede. Allí en esa infinita variedad de posibilidades, está el reino de la palabra, y su triunfo.

Hago mención de las palabras de Sergio Ramírez, escritor nicaragüense: "Allí estarán siempre, entonces, ojalá, los viejos libros con su aroma sin tiempo, pata entrar cada vez en ellos con el asombro de la primera vez".