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Osvaldo Flores Castrellón 
 
Osvaldo Flores Castrellón 

Nací en Ferrería de Flores, Durango, un pueblo rico en historia que se encuentra a cinco kilómetros de la capital. A su llegada los españoles encontraron en una zona del valle un cerro rico en mineral (el cerro de Mercado), razón por la cual decidieron asentarse en esta zona, que llamaron valle del Guadiana. Se dieron cuenta de que el mineral predominante era el hierro, razón por la cual no lo explotaron en esa época.

Fue hasta 1810 que don Juan Manuel N. Flores, persona acaudalada de la ciudad, solicitó la concesión para explotar el mineral e instaló una planta de fundición a la orilla de un río, para aprovechar la fuerza mecánica del agua y alimentar los ventiladores que se requerían para realizar la extracción. La fundidora funcionó cerca de cien años y representó una actividad económica importante para la zona. Posteriormente al cierre de la fundidora y en honor a su fundador, al pueblo se le llamó Ferrería de Flores, nombre que hasta ahora conserva. Actualmente, tanto la hacienda de la familia Flores como la fundidora son sitios abiertos al público que cuentan con un número importante de visitantes.

Cuando terminé la licenciatura en el Tecnológico de Durango, en marzo de 1992, decidí visitar a una de mis hermanas que vivía en la ciudad de México y aproveché para conocer la Universidad Nacional Autónoma de México. Tuve una entrevista con el entonces coordinador de la Maestría en Mecánica de Suelos, el doctor Efraín Ovando Shelley, quien me proporcionó información sobre el programa. Me inscribí en el curso propedéutico y en agosto de ese mismo año ya era estudiante universitario. Al ser originario de una zona predominantemente minera pensé que al terminar mis estudios de posgrado desarrollaría una tesis relacionada con la minería, para que al regresar a Durango me pudiera integrar a una empresa relacionada con este ramo. Con esta idea llegué al Instituto de Ingeniería buscando un director de tesis, conocí al doctor Miguel Romo, entonces coordinador de Geotecnia, y con su apoyo desarrollé un trabajo experimental relacionado con el comportamiento dinámico de residuos mineros, conocidos en México como jales.

Al terminar la maestría, en 1998, pensé en hacer el doctorado fuera de México, pero el doctor Romo me ofreció la posibilidad de quedarme y trabajar con él la tesis doctoral y así lo hice. Simultáneamente empecé a dar clases en la Facultad de Ingeniería y en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), la cual iniciaba un programa de Maestría en Mecánica de Suelos orientada a estudiantes que trabajan, por lo que las materias se imparten los viernes por la tarde y sábados por la mañana. El primer cuatrimestre en el que participé impartí el curso del Laboratorio de Mecánica de Suelos, para lo cual fue necesario adquirir un número importante de insumos básicos y subsanar la falta de equipos para ensayes mecánicos con una visita a los laboratorios del IIUNAM y del Instituto Mexicano del Transporte, ubicado en la ciudad de Querétaro.

Para el segundo cuatrimestre me invitaron a impartir la materia Comportamiento de Suelos y me comentaron que tenían la inquietud de montar un laboratorio para el posgrado. También me invitaron a participar como responsable en este proyecto, lo cual acepté con gusto, y dos años después teníamos un laboratorio con todo lo necesario para hacer pruebas mecánicas de compresibilidad y de resistencia, con equipos instrumentados; y aún más, teníamos un equipo cíclico que era el único en la zona en aquel entonces y a la fecha sigue hay muy pocos en México. Al término de estos trabajos, además de impartir clases, me nombraron responsable de este laboratorio y duré once años yendo a Puebla viernes por la tarde y sábados, hasta que en 2008 me contrataron en el Instituto y renuncié a la BUAP.

Desde que me integré al Instituto mi trabajo ha estado ligado al Laboratorio de Mecánica de Suelos. Cuando empecé con la tesis de doctorado en 1998, el Instituto tenía ya un equipo triaxial cíclico para ensayar probeta con un diámetro de hasta 6”, un equipo con gran capacidad de aplicación de carga axial y esfuerzos a las probetas de suelo que tendría que utilizar para realizar el trabajo experimental de mi tesis, y para ello había que instrumentarlo, automatizarlo y desarrollar los programas de calibración y operación para la ejecución de los ensayes.

Obviamente yo no trabajaba esos temas, por lo que pedí apoyo a la Coordinación de Instrumentación (ahora electrónica), y el ingeniero Rodolfo Peters Lammel, entonces coordinador, me contactó con el ingeniero Enrique Gómez Rosas y luego de dedicar un gran número de horas a este trabajo, dos años después ya estábamos haciendo pruebas. A partir de entonces con Enrique hicimos un muy buen equipo de trabajo y forjamos una muy sólida y sincera amistad.

Con la puesta en operación de este equipo, el doctor Romo decidió que a los demás equipos del laboratorio también se les instrumentar y automatizara, trabajos en los que me involucré de forma directa. Actualmente tenemos prácticamente todos los equipos del laboratorio instrumentados y automatizados, con la excepción de uno de reciente adquisición. Este trabajo me ha gustado mucho, incluso hemos diseñado, fabricado, instrumentado y automatizado algunos equipos que se encuentran en el laboratorio del IIUNAM y otros como el de la Universidad Autónoma de Sinaloa y del Posgrado de Ingeniería de la UNAM, con los proyectos de vinculación entre el IIUNAM y la FIUNAM.

También he tenido la fortuna de colaborar en varios proyectos de investigación relacionados con el comportamiento de suelos granulares, licuación de arenas, arcillas expansivas, arcillas compresibles del valle de México, y por supuesto los temas relacionados con el comportamiento de jales para el análisis de estabilidad de depósitos construidos con este material, entre otros temas.

En cuanto a mi familia, somos nueve hermanos, cinco hombres y cuatro mujeres. Una de ellas vive en Tula, otra en Chicago, yo en el DF y los demás en Durango.

Mi mamá se dedicó a la casa, y algo que siempre nos enseñó fue a que nos apoyáramos, nos respetáramos y tuviéramos mucha y sana comunicación.

En cuanto a mi papá, él ha sido una persona de mucho trabajo, muy recto y conciliador. Cuando eres niño no aprecias esas cualidades, pero cuando eres adulto te das cuenta de que son virtudes que pocas personas tienen.

A mi esposa, Cristina, la conocí en el DF. Es ingeniera civil con una maestría en construcción y trabaja en el departamento de normas del Instituto Mexicano del Transporte.

Ella es una persona muy responsable en todo lo que hace, tanto en el trabajo como con la familia. Atiende los compromisos académicos de mis dos hijos. Rodrigo, el mayor, dice que va a ser ingeniero civil, y Santiago, el más chico, quiere ser químico farmacobiólogo, como uno de sus tíos. Todavía falta mucho, pero espero que lo que elijan realmente les apasione. Nuestra casa está en una zona arbolada y en mi tiempo libre me agrada leer al aire libre.