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Martha María Suárez López 
 
Martha María Suárez López 

 

En realidad no sé porque estudié la carrera de Ingeniería. Cuando cursaba el último año del CCH-Naucalpan nos pidieron que llenáramos un formato para indicar la carrera que deseábamos estudiar. Estaba convencida de que Arquitectura era la mejor opción. Tal vez esto fue porque en la secundaria donde estudié contrataron a un profesor cubano que tenía el doctorado en psicología; fuimos como una especie de grupo piloto para este profesor. Nos aplicó cuanto examen consideró adecuado para conocer nuestras habilidades y personalidad. En su diagnóstico me indicó que me desenvolvería bien en cualquier carrera relacionada con la física y las matemáticas, y en menor porcentaje con aquellas que involucraran lo artístico-plástico. Así que pensé que Arquitectura era “la opción”. Al estar en la fila para entregar mi formato, una compañera me preguntó lo que escogería y le contesté que Arquitectura, y ella me dijo que estudiaría Ingeniería Civil, porque ahí había muchos hombres. Creo que eso me hizo cambiar de opinión.

Siempre tuve en mente estudiar una maestría y un doctorado, pero primero tuve que salir a la industria para trabajar. No sabía de la existencia de becas. Recuerdo mi primer contacto con el IIUNAM cuando acompañé al ingeniero Carlos Lesser, mi jefe directo, a visitar a un amigo investigador. En ese entonces me parecieron sombrías las instalaciones del edificio 2 y pensé que jamás desearía trabajar en un lugar así. Posteriormente, cuando entré a otra empresa, tuve un segundo encuentro que me haría reconocer al Instituto como una gran institución.

La empresa donde trabajaba había ganado el concurso para llevar a cabo la revisión sísmica de la planta nuclear de Laguna Verde sin tener la capacidad técnica para realizar estos estudios, por lo que subcontrató al IIUNAM. Por su parte, el Instituto solicitó de la empresa a dos de sus ingenieros que tuvieran conocimientos en computación para que los apoyaran en este proyecto; una de esas personas fui yo. La idea era que yo trabajara durante los tres primeros meses midiendo las áreas de las isosistas para distintos sismos en los planos de la república mexicana, para después obtener las leyes de atenuación. Todo esto bajo la tutela del doctor Mario Chávez. Los siguientes nueve meses iba a continuar el otro compañero con el doctor Sánchez Sesma. En el inter este compañero renunció y me quedé en la UNAM el año completo.

Recuerdo que en las épocas cuando esta empresa no tenía proyectos solía acercarme a la sala de cómputo para conocer los algoritmos con los que se contaba y para buscar la manera de implementarlos. Conseguí que me prestaran el listado de uno de ellos con el que se obtenían los esfuerzos en el suelo con el uso de la técnica de Fadum. En el área de geotecnia, donde estaba asignada, todavía se usaban para estos cálculos las cartas de Newmark. Posteriormente traté de implementar un programa de esfuerzos en muros de retención copiando y analizando un listado que venía en el libro de Bowles. Fue entonces cuando decidí que me dedicaría a construir un algoritmo que calculara los desplazamientos en el suelo considerando la interacción sueloestructura (ISE). En la búsqueda de información encontré un artículo que trataba sobre un método simplificado que había sido escrito por los doctores Esteva y Guerra, y por el ingeniero Julio Damy. Intenté implementarlo, pero me surgieron varias dudas en cuanto al procedimiento de cálculo. En la empresa había un arquitecto muy brillante, apasionado por los temas de computación. Cuando le narré mis dificultades, él y uno de los directivos decidieron que el programa se lo debían mostrar al asesor de la empresa, el doctor Emilio Rosenblueth. Yo estaría presente en la junta, pero no debía “abrir la boca”. En la reunión se habló de las virtudes del futuro algoritmo sin plantear las dudas que yo tenía. Aproveché la interrupción de una llamada telefónica para comentarle al doctor Rosenblueth: “yo de esto nada sé”.

Pocos días después la empresa contrató al ingeniero Julio Damy, una persona maravillosa, muy inteligente, para que nos asesorara a mí y a otro muchacho que estaba tratando de hacer lo mismo que yo, pero para el área de estructuras. Él y yo seríamos los asignados para trabajar en el proyecto de Laguna Verde. Pienso que el ingeniero Damy tuvo mucho que ver en nuestra asignación.

A raíz del proyecto de la planta nuclear de Laguna Verde, unos investigadores del Instituto de Ingeniería conocieron mi trabajo y me invitaron a formar parte de la planta académica de este instituto. Habían pasado casi diez años de haber terminado la licenciatura y, a pesar de que no había podido arreglar mis documentos y de que mi título de la licenciatura no me lo habían entregado, logré inscribirme en la maestría presentando una copia sellada del título que conservaban en rectoría.

Cuando terminé la tesis de maestría me enfrenté a los mismos problemas administrativos, pues me pedían la cédula profesional. Pensé que estaba destinada a estudiar y concluir sin obtener los títulos. Era frustrante enfrentarse a Gobernación para demostrar que tenía la nacionalidad mexicana. Incluso contraté a un abogado para que me ayudara con el proceso, pero solo consiguió que tradujeran e insertaran mi acta de nacimiento y las de mis hermanas en libros mexicanos. Fue gracias a la intervención del doctor Rosenblueth que pude conseguir finalmente el reconocimiento de mi nacionalidad, no sin antes recibir por parte de Gobernación una carta en donde se me invitaba a abandonar el país a más tardar en 30 días. Y de hecho, después de presentar una apelación y por consejo de uno de los abogados de la propia Gobernación, abandoné México para después regresar y pedir, ya como extranjera, la nacionalidad mexicana. Resuelto el problema, obtuve mi título de licenciatura después de catorce años de haber presentado el examen, y tres meses después el de maestría. Al año siguiente México anunció que aceptaba las dos nacionalidades. Terminado este proceso decidí estudiar el doctorado regresando a los temas de ISE y teniendo como directores a los doctores Javier Avilés y Francisco Sánchez Sesma.

A pesar de que mis papás tuvieron la precaución de registrarnos como mexicanas en la embajada mexicana de la ciudad de Chicago, donde nacimos dos de mis hermanas y yo, tuvimos problemas, ya que el personal de la embajada no envió los documentos del registro.

En realidad desconozco los motivos por los que mi papá vivió en Estados Unidos, sin embargo, siempre defendió su origen mexicano. De hecho, su amigo Pedro Ferriz Santa Cruz nos contaba que había visto en un libro de la Segunda Guerra Mundial una fotografía de mi padre abrazando a un perro, donde decía “primer soldado México-norteamericano”. Cuando él regresó de la guerra le preguntaron dónde quería recuperarse y dijo que en México. Así es que llegó a Guadalajara, donde trabajó como locutor en una estación de radio; ahí fue donde conoció a mi mamá.

Después de unos meses él regresó a EUA y mi madre lo siguió. Como en aquella época las cosas eran diferentes, ellos no vivieron juntos, es más, mi papá solo le ayudó a instalarse y se desapareció. Un día le llamaron por teléfono del hospital preguntándole si conocía a mi mamá, quién estaba internada y grave. Le dijeron que como la señorita no tenía documentos, en cuanto se reestableciera la iban a regresar a México a menos que algún pariente respondiera por ella. En ese momento mi padre decidió casarse con ella, que era 15 años menor que él, además de muy hermosa y muy atrevida. Su boda fue en el hospital.

A raíz de su casamiento con un hombre divorciado, los hermanos de mi madre no le volvieron a hablar, así que no conocí a mis tíos. Solo su hermana mantuvo contacto con ella. Para ese entonces mis abuelos maternos y paternos ya habían muerto. Mi papá, por su parte, era el más chico de ocho hermanos, y con excepción de un tío, los demás ya habían muerto.

Vivíamos en Chicago cuando la trabajadora social les dijo a mis padres que tenían que inscribir a mi hermana en la escuela, pues iba a cumplir 5 años. Mi papá nunca quiso que nos educáramos en Estados

Unidos, así es que nos metió en el carro y nos trajo a México. Nos instaló y se regresó al país del norte, pero al poco tiempo retornó. Como era periodista, muy pronto comenzó a trabajar como jefe de redacción en la recién nacida Televicentro. Recuerdo que hacía un noticiero de las siete de la noche en donde los locutores Jacobo Zabludowsky y Pedro Ferriz se despedían diciendo “buenas noches, Pedro; buenas noches, Jacobo”. También redactaba Su diario Nescafé con Jacobo Zabludowsky, y hacía el guion para el programa Telemundo, conducido por Miguel Alemán Velasco. Él tenía la licencia de locutor tanto en EUA como en México. En nuestro país tuvo la licencia número ocho, la número uno pertenecía al Dr. IQ.

Mis padres nos dieron la libertad para elegir nuestra profesión, el único requisito era que tuviéramos una carrera universitaria. Tengo una hermana química, otra administradora de empresas y la menor es maestra de primaria. Viví en una época, o quizá en un ambiente, donde uno escogía lo que quería estudiar, porque le gustaba determinada profesión, sin pensar en el prestigio, en la cantidad de dinero a ganar o en lo que era necesario para el país. Por ello me considero afortunada. Me entristece saber que actualmente muchos jóvenes escogen una profesión u oficio no por el gusto, sino por el dinero, el prestigio o porque no hay un lugar para ellos en una escuela. Creo que es correcto que se consideren las necesidades de un país para privilegiar determinados oficios o carreras, pero debe haber promoción y no orillar a los estudiantes a tomar una opción que no les gusta.

Nunca me he arrepentido de haber escogido ingeniería. Aquí he conocido a gente maravillosa, tanto en la universidad como en la práctica. La ingeniería nos da la oportunidad de ver la parte buena del ser humano, la parte creativa. La ingeniería permite estar en contacto con la parte bonita de la gente, donde tienes que crear para satisfacer necesidades. Donde, a través de las obras, palpas la grandeza de las personas.

¿Hobbies? Sí, tengo muchos. Me encanta bailar; practico folklore mexicano, jazz y flamenco. Leo y veo películas. Me emociona aprender idiomas. Me gustan las reuniones con amigos y escuchar música, en especial la de los años 40. Amo la historia, la geología y la geografía. No puedo pasar un día sin comer un chocolate, y detesto el queso.