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Juan Pablo Antún Callaba 
 
Juan Pablo Antún Callaba 

Mi madre siempre decía que de sus cuatro hijos el beduino era yo, el que había tenido la genética de los camellos... y es que mis antecedentes familiares tienen que ver también con el viaje, y con esta especie de peregrinaje que viene de mi abuelo. Mi abuelo era un libanés cristiano maronita, que sale del Líbano empujado por los turcos otomanos, se va del puerto de Trípoli (en Líbano) para llegar al de Esmirna en Turquía, después se sabe que llega a Marsella, y viaja a Santos, Brasil para seguir por tierra a Itaquí en Río Grande do Sul, donde conoce a mi abuela que era hija de vascos franceses. Se mudan a Porto Alegre, tienen hijos en Brasil, se mudan a Montevideo, y tienen hijos en el Uruguay..., después cruzan el río de la Plata y nace el primer hijo varón: mi padre, excelente bailarín de tango, como debía ser el argentino.  

En mi familia no hay ingenieros, ¡no tengo ese karma! Mi papá era un militar que pasó parte de la Segunda Guerra Mundial en las misiones militares argentinas en París y Roma. Era ayudante del entonces coronel Perón, volvió a Argentina, lo destinaron a Corrientes, algo parecido a Tabasco, con pantanos, yacarés (cocodrilos) y yararás (nauyacas). Ahí encontró a mamá, también hija de vascos franceses —aunque la abuela decía “sólo somos vascos”—, y cuando se retiró hizo relaciones internacionales en la universidad de los jesuitas. Tengo un hermano médico, uno ingeniero agrónomo y otro sociólogo

Estudié ingeniería porque me parecía que estudiar física del sólido no iba a darme de comer, pero después estuve muy contento con la ingeniería. Recién egresado trabajé en la Dirección de Obras de la Municipalidad de Buenos Aires para una nueva coordinación de control de tráfico que empezaba a funcionar con equipos electrónicos, y después para Philips Argentina, y de ahí a General Electric, cuando esta empresa concursaba para poner los nuevos semáforos computarizados en la ciudad de Buenos Aires. Como perdieron la licitación, porque se la ganó Siemens, nos avisaron que se iba a cerrar la oficina. Por suerte, ya había estudiado las posibilidades de irme a un nuevo Laboratorio de microelectrónica que se acababa de crear gracias a la Universidad de Buenos Aires y al Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (CITEFA) de las omnipresentes fuerzas armadas de Argentina. 

Como en Argentina existe la cooperación científica y militar con Francia, terminé trabajando en el Centro de Estudios Nucleares de Grenoble, en el Laboratorio de Electrónica y Tecnología de Informática. Simultáneamente me inscribí al programa de doctorado en ordenamiento y planeación territorial en la Universidad de Grenoble, Francia.

En aquel entonces, además de ingeniería, tomé varios diplomados en sociología, economía y antropología. Me gustó la antropología latinoamericana y la arqueología de las culturas precolombinas. Leí un libro espectacular sobre el urbanismo prehispánico y una de las cosas más importantes eran los estudios sobre el urbanismo de Teotihuacán. Para mí, México era Teotihuacán.  

Terminado el doctorado, me ofrecieron trabajar para la Fundación para el Desarrollo de América Latina (FUDAL) con fondos de Naciones Unidas. Trabajando para FUDAL me enviaron a Habitat, una reunión de la ONU en Vancouver donde conocí a un peruano, Eduardo Neira, que estaba montando un proyecto para toda América Latina sobre sistemas de ciudades que crecían mucho. Eduardo me invitó a participar en ese proyecto que se iba a llevar a cabo en México porque el gobierno mexicano ponía la contraparte, lo que es fundamental en los proyectos de Naciones Unidas.

Así llegué a México, en la época de López Portillo. El equipo estaba integrado por argentinos, chilenos, panameños, mexicanos y canadienses; era multidisciplinario, había economistas, geógrafos, demógrafos, sociólogos, antropólogos e ingenieros y yo tenía que trabajar en modelos de simulación sobre centros urbanos de crecimiento explosivo. Mi trabajo consistía en hacer construir modelos en sistemas dinámicos —que eran bastante divertidos— aplicados a Puerto Madryn en la Patagonia, a Chimbote en el Perú, a Ciudad Guayana en Venezuela, a Nuevitas en Cuba, y a Coatzacoalcos y Lázaro Cárdenas en México.  

Llegué a México el 28 de enero de 1978, me bajé del avión y estaban mis compañeros de Naciones Unidas esperándome. Después de estar tres días en un hotel, conseguimos un apartamento en la colonia Nápoles. Mariela, Luciano, Melisa y yo estábamos felices.

Llevaba casi un año trabajando en el proyecto de ciudades que crecían mucho, cuando nos avisaron de Naciones Unidas que en la renovación del contrato, teníamos que mudarnos a Nairobi, en Kenia. Algunos amigos nos recomendaron no ir a Africa ni a China como comisionados de Naciones Unidas, porque Africa es una gran deuda de la humanidad por la esclavitud, la explotación, la colonización. Además Mariela estaba encantada estudiando y trabajando en el Colegio de México y me dijo: Vamos a quedarnos aquí 

Decidí buscar trabajo en México, pedí cartas de recomendación en la CEPAL y empecé a ver gente. En aquel momento me había parecido interesante entrar en la Fundación Javier Barrros Sierra, donde Felipe Lara era el director, pero terminó Felipe el año sabático allí, y no hubo la oportunidad, entonces alguien me dijo: lo que debes hacer es ver al doctor Rosenblueth con una frase en parte como diciendo “ya estas fregado”. Como yo no sabía quién era Rosenblueth averigüé donde estaba y fui a verlo a la Secretaría de Educación Pública; llevé mi currículum y las cartas de recomendación y con aire de inocente busqué su despacho, hablé con su secretaria y le dejé mis papeles, encargándoselos para que se los entregara a Rosenblueth, que estaba en una reunión. Al salir descubrí que era el Subsecretario de Planeación Educativa. Al día siguiente en la mañana recibí un llamado de la secretaria dándome una cita para verlo.

Era jueves por la mañana, cuando hablé con él. Me preguntó ¿todo lo que dice el currículum es verdad?, y le dije que sí. Me miró intensamente echando una bocanada de humo de la pipa que siempre fumaba y con una gran sonrisa me dijo, voy a hacer una apuesta con usted. Va a ir a varios sitios, platique con los directores y regrese en dos semanas para que me diga donde le gustaría trabajar. Estuve en la Fundación Arturo Rosenblueth, en la Universidad Pedagógica, en la Fundación Barros Sierra, en el CINVESTAV, en la UAM Xochimilco, en la unidad de Microplaneación Educativa de la SEP y en el Instituto de Ingeniería. Aquí me recibieron Jorge Elizondo y luego Toño Alonso, ambos subdirectores, en esa época en que Daniel Resendiz era el director. Cuando estaba con Jorge miré tal vez asombrado una reproducción de Miró que estaba en el muro a sus espaldas. Me preguntó si veía algo raro y le dije que el cuadro estaba colgado al revés. Contentísimo me dijo que pocos se habían dado cuenta, y como los que lo enmarcaron pusieron los ganchos para colgarlo al revés lo había dejado así para divertirse (imagino con su test). Después, con esa sonrisa genialmente irónica detrás de sus anteojos negros, me entusiasmó con lo que se podía hacer en el Instituto. Me contó de su investigación sobre diferentes enfoques de planeación y que ya tenía entre manos un proyecto con la SAHOP y Nacional Financiera sobre Parques Industriales que ya me ponía en la mesa. Me gustaba el tema y me gustó el ambiente que me pintaba.  

Cuando fui a ver a Rosenblueth le hice una reseña de todos los lugares y le dije que el II era lo que más me gustaba, y con su gigantesca bocanada de humo y su risa me dijo: bueno, está eligiendo el mejor lugar —yo no sabía que él había sido director del Instituto—, y agregó, pero va a ganar menos dinero, porque de las Naciones Unidas al Instituto usted va a ganar la mitad, y dije bueno por qué no; además se trataba de hacer lo que a mí me gustara.

Por supuesto, él tenía razón. Al poco tiempo al renovar el contrato de la casa de la Nápoles ya no alcanzaba para pagar la renta y decidimos subirnos a vivir al pueblo de Santo Tomás Ajusco, pagando la mitad por una casa enorme de una artista de teatro, detrás de la iglesia. 

Así empezó, y ya he cumplido 30 años en el Instituto y en el Ajusco, donde construimos una casa!

Estoy muy contento de trabajar en un Instituto con características muy sui géneris: especie de centro de investigaciones que a su vez es una consultora, funcionando por áreas organizadas en coordinaciones. Es único y lo era más en aquella época. El Instituto tiene un formato casi único en las universidades de América Latina, resuelve problemas de ingeniería, establece bases de diseño para políticas públicas, forma recursos humanos para la investigación, para el sector público y provee también excelentes ejecutivos para las empresas. 

Estoy muy contento de trabajar en nuestro Laboratorio de Transporte y Sistemas Territoriales por su gente. Lo realizado entre todos nos ha permitido ganar dos veces el Premio Nacional de Logística (2005 y 2009) al Mejor Centro Académico de Investigación Aplicada en Logística. Además, gente formada por nosotros en nuestro Laboratorio está en DHL, Procter & Gamble, Ferromex, ANTP, Casas GEO y la Secretaría de Economía.

Muchos pueden opinar así, pero yo lo digo con conciencia de ser argentino —que son “fanfarrones” se dice— y esto no tiene que ver con el ranking, tiene que ver únicamente con mi experiencia personal después de haber estado en muchísimas universidades de América Latina y de Europa.  

El interactuar con otros colegas me ha dado la oportunidad de darme cuenta de que el trabajo que realizamos aquí es muy, muy bueno. Siento que en el II estamos adelantados; a mí me ha pasado que cuando proponemos proyectos, en un principio nos dicen que eso todavía no es posible hacerlo y al año la respuesta del patrocinador es que sí. Los temas que vemos en el Instituto siempre están en la cresta de la ola.

Me parece interesante que nuestros alumnos puedan participar en los proyectos que desarrollamos sobre puertos industriales, transporte de carga, logística y cadenas de suministro, temas de comercio exterior y tráfico, donde se mezclan la ingeniería industrial y la administración de empresas, temas donde relacionamos la logística, la ciudad y la distribución urbana de mercancías.

Es importante atender el tema de la logística. El director del Consejo Mexicano de Comercio Exterior declaró hace poco que las empresas mexicanas habían llegado tarde a la logística y que la competitividad en México dependía mucho de lograr una logística competitiva. 

Por eso, la formación de estudiantes es necesaria y el estar en el Instituto proporciona la ventaja de dar clases, formar grupos de investigación, dirigir tesis. En lo personal, prefiero dar clases en el posgrado porque no me gustan los grupos grandes.

Además, considero que cuando uno hace un posgrado tiene que hacerlo en lo que se le dé la gana, eso es muy importante. Eso significa que hay que estudiar lo que uno quiere, armar su propio programa con su tutor, que santifique nuestros sueños y caprichos y hacer una tesis que satisfaga aunque no necesita ser digna de un premio Nobel. Hay que hacer la tesis para graduarse, porque una vez graduado del doctorado se puede hacer lo que se quiera, con trabajo, con más estudio, con paciencia, con constancia. Yo recomiendo que el doctorado se haga en el extranjero, porque así se viven y aprenden muchas cosas, a comprender otras personas de cultura diferente, a apreciar otros paisajes, a conocer la vida en otros lugares, aunque digan que es frívolo saber de vinos y de quesos... 

Para mí los EUA están muy cerca, y las empresas en México son muy al estilo americano. En cambio, si estudian el doctorado en Europa descubrirán que en 500 km el lenguaje pudo haber cambiado tres veces, que la hora de la comida es otra y que el tipo de quesos ya ha cambiado varias veces. Se abre el panorama, y se tiene después una ventaja competitiva.

Volviendo al Instituto, algo que me gustaría que se monitoreara más de cerca son las inversiones necesarias en cinco o diez años, conectar un programa de recursos con lo que hemos detectado que necesitaremos a mediano plazo. Es tan sencillo como asumir el financiamiento de cosas muy específicas, como es el pago de las renovaciones de las licencias de los software especializados que usamos. 

También habría que fomentar la formación de gente en el extranjero, especialmente los doctorados, y las estancias sabáticas que siempre hacen bien, porque nos permiten ver qué se está haciendo en otras partes del mundo y trabajar en nuestros temas con colegas en otras culturas. Además, tener un programa consciente con CONACYT, en cada uno de los Grupos y Laboratorios para repatriar a quienes terminan sus doctorados en áreas de interés y futuro.

En el II somos investigadores con botas que atendemos problemas concretos, para los que planteamos soluciones e incluso establecemos bases para el diseño de políticas públicas. Soy consistente en tanto que las cosas que he hecho me ponen muy contento, porque siento que lo que he hecho, lo he hecho lo mejor que lo podía hacer en cada momento.  

Soy un apasionado del buceo, ahora en Semana Santa con otros 20 buzos, organizamos una expedición al archipiélago de Revillagigedo. Salimos de Cabo San Lucas para bucear en Socorro, San Benedicto y Roca Partida. Es una gran aventura. He buceado en las Galapagos, en Komodo en Indonesia, en el Mar Rojo, en Tailandia, en Canarias, en Roatan, en Belice, en la Gran Barrera en Australia, y por supuesto en México, en Cozumel, el archipiélago Alacranes, en Isla Isabel, lugares únicos conocidos internacionalmente. Mi fanatismo por esta actividad hizo que Mariela, Luciano y Melisa se certificaran como buzos, pero afortunadamente ya no lo practican más, ¡porque me da miedo cómo lo hacen!

Nuestra hija Melissa, cuando llegó el final de mi estancia sabática en la Universitat Politécnica de Catalunya, pensó ¿y si me quedo a probar aquí? Con sus estudios de ingeniería en cómputo del ITAM entró a trabajar en una compañía inglesa y después en una francocatalana, pero un día se cansó de tantos software y redes que cambian de la mañana a la noche, entró a la Escuela Hoffman de Alta Gastronomía y ahora tiene un restaurant en el barrio de Gracia, en la Placa de la Villa (doy fe que cocina como las diosas), se casó con Alejandro y tenemos en Fabián nuestro primer nieto. 

Luciano, el hijo, se graduó en la Ibero y hace cine. Es asistente de dirección, trabaja en cine comercial para las grandes marcas. Como habla francés e inglés a la perfección, y no como yo que parezco Tarzán, se le han abierto las puertas en ese mundo donde el director habla en francés con su asistente y se enoja en inglés con los técnicos haciendo un comercial para una cadena de supermercados de Quebec o filmando un comercial para ron con murciélago en un set a la cubana, hecho en el Centro Histórico. Tiene una novia, Adriana, que Mariela dice que yo quiero más que él.

Después de haber trabajado diez años en el Colegio de México, Mariela mi esposa, un buen día renunció, y se preparó para ser psicoterapeuta corporal. Hace terapia sacrocraneal, que tiene que ver con el tejido profundo. Trata malestares y enfermedades que están relacionados con las impresiones psicológicas. También trabaja las constelaciones familiares, que es una técnica interesante basada en el amor a uno mismo y a lo que nos rodea. Generalmente la gente termina deslumbrada con sus propios descubrimientos. Esto le encanta y nunca se ha arrepentido de haber renunciado al Colegio de México. Definitivamente uno debe vivir su vida. Mariela es una mujer divertida muy polifacética. De la carrera de biología, se pasó a estudiar letras modernas y francesas, trabajó en un suplemento literario, fue editora y traductora de libros para la editorial Siglo XXI, hizo una maestría en estudios de Asia y África... y después otra en Terapia Familiar Sistémica y ahora su consultorio está siempre repleto. 

Ya iniciamos el año 32 de vivir en México, el camello del beduino siempre está en la puerta de la casa del Ajusco, pero seguimos aquí felices. Siento que fue muy acertado quedarse en México, participar de México, entusiasmarse con México, jugársela con México, trabajar para México, pertenecer a nuestro Instituto de Ingeniería de la UNAM, con M de México. Agradezco muchísimo a este país la oportunidad que me dio, que me sigue dando, ya que siempre ha sido muy generoso con nosotros. Ni hablar: como Mariela ya es mexicana, ¡estoy casado con mexicana!