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Jorge Aguirre González 
 
Jorge Aguirre 
Mi vida ha sido una cadena de eventos donde el esfuerzo de mis actividades ha sido muy bien pagado, y es que mi mayor virtud fue aprovechar las oportunidades que se me han presentado y echarle ganas. El hecho de haberme titulado con un tema de tesis interesante, bajo la dirección de Francisco José Sánchez Sesma, uno de los mejores maestros, fue la pauta para que pudiera entrar al CENAPRED. No haberme echado para atrás cuando me invitaron a trabajar con el profesor Irikura y esforzarme por mejorar el inglés, me abrió las puertas para realizar mis estudios de posgrado en Japón. Terminar la maestría y el doctorado me permitió acceder a la repatriación y pasar a formar parte del personal académico del Instituto de Ingeniería; por eso me siento muy afortunado. Jamás imaginé que esto pudiera ocurrir, sobre todo porque no vengo de una familia de recursos económicos desahogados.

Mi padre fue doctor y mi mamá enfermera. Él se llamaba Jorge Aguirre, igual que yo, y mi mamá se llamaba Dolores, igual que mi esposa. Nunca viví con mi papá, por eso yo me defino como un hijo complejo: de mamá real y papá imaginario. Mis padres se separaron y años después pensé buscarlo cuando tuviera mi título, solo para conocerlo, no quería que pensara que lo buscaba por interés, pero cuando lo quise hacer ya había fallecido.

Mi madre hizo un gran esfuerzo por darme una carrera universitaria; estaba satisfecha de que me hubiera recibido. Desgraciadamente ella se enfermó y murió 2 meses después de que me titulé como ingeniero geofísico; que lástima que no le pude dar otras satisfacciones. Mi vida a veces ha sido algo triste, aunque considero que de todas las experiencias siempre se obtiene algo positivo.

Desde muy pequeño me gustaba desarmar cosas, y cuando fui creciendo me aficioné a armar aviones de Lodela; al parecer mi vocación estaba bien definida. Así, cuando llegó el momento de decidir la carrera no dudé en inscribirme en la Facultad de Ingeniería. Terminé la licenciatura y un compañero me comentó la posibilidad de ser becario del IIUNAM. Decidí que era una buena oportunidad, por un lado, estaba muy cerca de la Facultad y además los temas que aquí se trabajaban me llamaron la atención. Ingresé a la Coordinación de Sismología e Instrumentación Sísmica, al área encargada de localizar los epicentros de los sismos; ahí comencé a tomar lecturas de las ondas P y las ondas S para hacer las localizaciones.

Después, cuando quise hacer la tesis busqué al doctor Sánchez Sesma y me aceptó como su estudiante; con él desarrollé el tema de funciones de Green empíricas, que son muy interesantes, aunque tuve que estudiar varias cosas que no había visto en la carrera, en especial, cuestiones de la fuente sísmica. Una vez titulado quería estudiar una maestría; en un principio intenté entrar al IIMAS, pero no llegué al puntaje porque no era ingeniero en computación. Por algo son las cosas. En esos días uno de mis sinodales, Mario Ordaz, me comentó que había interés en contratar a alguien para que trabajara con un profesor Japonés, Kojiro Irikura, quien iba a realizar una estancia de un año en el CENAPRED. Como Mario Ordaz veía que mi tesis tenía relación con el tema del profesor japonés, ya que se basó en varios artículos de Irikura, consideraba que yo era un buen candidato para colaborar con él.

Fue muy curioso, porque en aquel entonces yo me imaginaba que si el profesor iba a estar un año en México, seguramente hablaría español. Estábamos por llegar con el profesor Irikura cuando el doctor Ordaz me preguntó: “¿y cómo anda tu inglés?”, le dije: “¡a  poco el profesor no habla español!”; “por supuesto que no”, me contestó.

Ya con el profesor empecé a trastabillar con el inglés, pero él me pidió que le expusiera mi tema de tesis; me ayudó mucho que había leído sus artículos y que conocía muchos términos técnicos. Entonces nos pudimos entender y finalmente aceptó que yo estuviera en su grupo. Después de un año ya nos entendíamos mejor; me preguntó si me interesaría hacer un posgrado, a lo que dije que sí, y me preguntó si me gustaría hacerlo en Japón, nuevamente contesté afirmativamente, pero en realidad lo veía como algo imposible y muy, muy lejano. Al día siguiente me pidieron que entregara mis papeles en la embajada y, un tiempo después, me dijeron que el único obstáculo que se podía presentar era que al profesor con el que iba yo a trabajar no le interesara que colaborara con él. Cuando se lo pregunté a Irikura, me dijo: “¡por supuesto que te voy a aceptar!, así es que mejor vete preparando para ir a Japón”. El 8 de abril de 1992 tomé el avión hacia el Lejano Oriente.

Previamente a eso yo ya estaba de novio con Lolita, y pensé: “yo no me voy solo”, así es que decidimos casarnos. Ella me alcanzó tres meses después, ya que estaba en un seminario de titulación en la Facultad de Contaduría y tenía que terminarlo. En febrero nos casamos, en abril me fui y en julio me alcanzó. Así estuvimos en una luna de miel que duró seis años.

Ya en Japón, los obstáculos que se nos presentaron fueron más bien de tipo cotidiano, como la comida, que es muy diferente a la que estás acostumbrado; el lenguaje representa un problema; también las costumbres son diferentes, como quitarte los zapatos para entrar a una casa. Incluso el clima no es como en México, el verano en Kyoto es muy caluroso y húmedo, entonces se acostumbra salir con una toallita en el cuello; y en el invierno hay 2 o 3 días en los que cae nieve. Todo esto nunca lo habíamos vivido.

Mis dos hijas nacieron allá, una en 1993 y la otra en 1996. Si bien es cierto que logramos adaptarnos, también es un hecho que extrañábamos a nuestra familia, a nuestro país, queríamos un taco de frijoles con salsa.

En total estuvimos 6 años, porque aunque la maestría es de dos, primero dan un año de preparación que incluye seis meses para aprender el idioma japonés y seis meses de estancia de investigación. Inmediatamente después, presentas el examen de ingreso y una vez aprobado inicias la maestría. Posteriormente, las circunstancias me llevaron a quedar inscrito en el doctorado de una manera automática, y esto fue como resultado del sismo de Kobe. Tres meses antes de terminar la maestría ocurrió este sismo, así es que estuvimos trabajando muy duro analizando el fenómeno que acababa de ocurrir. Cuando me di cuenta, prácticamente tenía el tema y la aceptación para realizar el doctorado.

Pasó el tiempo, y un año antes de regresar a México asistí al Congreso Nacional de Ingeniería Sísmica, que fue en Veracruz, con la idea de ver con quién podría trabajar. Además, estuve en contacto con Sánchez Sesma, quien solicitó mi repatriación, y así fue como ingresé al II a partir de abril del 98.

Siempre me interesó el tema de la fuente sísmica, pero también me han interesado los microtremores, que es la vibración ambiental para conocer las características elásticas de los estratos que están cerca de la superficie; esto ayuda a estimar los efectos de sitio, los cuales aparecieron después del sismo de 85. Estos efectos son en realidad los responsables de grandes amplificaciones que ocasionan fuertes daños.

Después de nuestra visita a Japón en junio de este año (2011) pude reevaluar las carencias que tenemos en México; debemos incrementar no solamente la instrumentación, sino la cantidad de investigadores que hacen exploraciones.

Los estudios que ha realizado el personal de la Coordinación de Ingeniería Sismológica pretenden caracterizar de mejor manera el peligro sísmico en nuestro país. Es necesario explorar todas las fallas activas, realizar estudios para evaluar los efectos de los sismos y tsunamis en el pasado, a fin de evaluar y prever acontecimientos futuros. Es necesario hacer más investigación sobre los efectos de sitio en ciudades importantes, y sobre microzonificación, donde se caracterice la estratigrafía de las ciudades.

El trabajo realizado por personal de esta coordinación es reconocido a nivel internacional, incluso el artículo más citado del Instituto de Ingeniería fue publicado por personal de esta coordinación.

Considero que para tener éxito en el trabajo no debemos darle vuelta a las cosas; lo importante es tener una actitud positiva, proponerse encontrar una solución. Como dice el doctor Reséndiz en su libro: “Gracias a que existen problemas, es que existen los ingenieros”. Los ingenieros debemos encontrar en los problemas una oportunidad. Si ves el problema de esta manera, ya tienes gran parte del camino andado.

Siempre he tratado de ver el lado positivo de las cosas, y esto es algo que les trasmito a mis estudiantes. Les hago ver que a veces no tenemos ni idea de lo que puede ser nuestra vida profesional. En lo personal estoy muy satisfecho de los logros que he alcanzado, tengo una familia muy bonita y, gracias a Dios, por ello siento que tengo la oportunidad de desarrollarme en mi campo, estar en una universidad como esta, estar en este instituto tan prestigiado, ser presidente de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Sísmica. Todo esto me hace sentir muy contento sobre lo que estoy viviendo. Cuando eres joven a veces no alcanzas a ver lo que viene a futuro, pero si lo supieras, dirías: “voy a esforzarme porque sin duda vale la pena”.

Además de todo tengo la suerte de que mi esposa guisa muy rico; ella trabaja medio tiempo y lleva algunas contabilidades por su cuenta. Mis hijas tienen mucha facilidad para los idiomas, Naomi, la mayor, está estudiando en la Facultad de Ingeniería; y Saori, la más chica, entró a la Prepa 5. Mi esposa y yo somos egresados de la UNAM, por lo que puedo afirmar orgullosamente que somos una familia 100 % puma.